My Mad Fat Diary es una serie de televisión británica que he descubierto gracias a mi amiga Andrea. Cuenta la historia de una adolescente de 16 años, llamada Rae, que pesa más de 100 kgs. Tras recibir el alta del hospital psiquiátrico en el que pasó cuatro meses internada, intenta rehacer su vida y reanudar su amistad con su mejor amiga de la infancia, Chloe.
Literalmente he devorado los quince capítulos de las tres temporadas. Mención especial para la madre de Rae. Me encanta.
No voy a «espoilear» nada, sólo recomendarte que la veas. Y contarte las tres cosas que pensé justo después de ver el último capítulo a las tantas de la madrugada.
Nuestras vivencias y cómo las interpretamos
¿Te has parado a pensar que, quizás, las cosas que te pasan no son como crees? Es como cuando le cuentas a una amiga algo que te pasó durante el fin de semana. «Mira Andrea, resulta que salí el sábado y…»
Ya, sé lo que me vas a decir. Es lógico que exista una mínima interpretación a la hora de contar las cosas, una sutil manera de dirigir mediante las palabras tus pensamientos. Y transmitir así tu visión de lo que ha sucedido. ¿Quién no lo hace?
Mi reflexión no va tanto por ese lado como por la posibilidad de que REALMENTE algo que tú recuerdas de una manera no haya sido así. Una situación que si te la ponen de nuevo delante de tus ojos, contada por otra persona, te haga replantearte qué narices has hecho, cómo has podido estar tan ciega. Cómo, por el motivo que sea (nuestro ego suele tener un papel protagonista en estos casos), ni por asomo imaginaste que las cosas fueran así.
Igual deberíamos revisarnos la vista y comprarnos unas gafas con las que observar los acontecimientos con mayor objetividad. A lo mejor si las lleváramos puestas más a menudo, todos veríamos mejor lo que sucede y no lo pasaríamos por los filtros de nuestra experiencia. Inevitable, es cierto. Pero controlable.
Dependencia emocional. La necesidad de sentir aprobación
Conozco a una persona que no soporta estar sola. Para ella es una condena. Tanto es así que cada vez que no tiene planes se angustia. Y que a veces por tener un plan sacrifica otros aspectos de su vida que necesitan tiempo.
Conozco a otra persona que siente que todos piensan que es rara. Y hace lo que sea por demostrar que no lo es. Aunque sufra tratando de adaptarse a los demás. Aunque llegue ser un hipócrita consigo mismo.
A lo que te resistes persiste.
¿Realmente necesitamos sentirnos aceptados por todos? ¿Por qué lo necesitamos? Mejor dicho, ¿para qué lo necesitamos? ¿No es mucho menos cansado trabajar en aceptarnos como somos que fingir un papel todos los días? ¿Por qué tenemos miedo a estar solos? ¿Por qué buscamos sustitutos a esa soledad? ¿Por qué no sabemos disfrutar de nosotros mismos? ¿Por qué aceptamos relaciones tóxicas y nos engañamos a nosotros mismos pensando que no lo son?
No tengo una respuesta. Cada uno tiene sus propios motivos. Pero la base creo que es común para todos: tiene algo que ver con la autoestima…
En realidad está diciendo quiéreme
Esto último es una realidad que he constatado gracias a mis hijos. Es una de las enseñanzas que me han regalado. Me explico.
Cuando un niño cumple 2-3 años entra en esa etapa de las pataletas, tan temidas por algunos padres. Yo no las llevé tan mal. Ni fueron tantas con el mayor (con el pequeño alguna más) ni es tan difícil aceptar que necesita esos 15 minutos para llorar, gritar y quejarse al máximo nivel. Creo que es porque entendí pronto que las pataletas es la manera que tienen de expresar un descontento, una insatisfacción, un disgusto… de una forma tan primaria como desconcertante para los adultos. Pero, piénsalo, si no tienen aún desarrollado el lenguaje, ¿cómo pueden expresarse? Así que acepté sólo me quedaba comprender y acompañarles en ese rato.
A lo que voy… Los mayores también pataleamos. No es habitual que nos tiremos por el suelo para expresar nuestra rabia o indignación, pero sí, pataleamos como niños. Y básicamente lo hacemos de dos maneras: atacando o poniéndonos a la defensiva. Por un lado están los que se enfadan, los que gruñen, los que refunfuñan, los que buscan herir con sus palabras. Y después están los que se apagan, desaparecen, se repliegan escondiéndose en un caparazón imaginario. Hugo hacía esto, lo acabo de recordar según escribo. Cuando se sentía herido se iba a la cocina y se sentaba en el suelo con su espalda pegada a los azulejos, en una esquinita.
En ambos casos la intención es la misma: buscar cariño, amor, que te presten atención. En realidad lo que quieres decir es me siento mal, ayúdame, no sé cómo decírtelo, me han dicho que tengo que ser fuerte, pero estoy cansado, necesito tu apoyo, ayúdame, quiéreme un rato.
El conflicto que se genera cuando tratas con alguien así se resuelve mucho más rápido si justamente actúas de la manera contraria a la que se espera. Abraza al que grita, verás como tu abrazo lo calma. Escucha al que no habla. Seguramente la primera vez no será capaz de hacerlo. Pero cuando sienta que estás ahí acabará contándote lo que le pasa. Y besa, besa mucho. Incluso a los que parece que no lo necesitan.
Si te animas a ver la serie, o si ya la has visto, me encantaría que me contaras qué te ha parecido y nos contemos en secreto qué tres momentos son los que me hicieron pensar todo esto 😉
¡Besos!
Deja un comentario