Como todas las grandes canciones, The Dark End of the Street fue compuesta en media hora en busca de “la mejor canción jamás escrita sobre la infidelidad”. Y, sin embargo, el drama de su historia no está en el engaño, sino en un amor que no puede mostrarse a la luz del día: los amantes han de verse a escondidas, lejos de la vida pública, con el miedo a ser descubiertos (“They’re gonna find us someday”) y la fiebre de la pasión que le dan a la letra una fatalidad irresistible. Es el suyo un amor que se crece con el castigo, como algunos boxeadores, y que resiste al pecado, al error y a la vergüenza pese a que él y ella tengan que pasar de largo, con un disimulo desgarrador, cuando se encuentran por la calle (“ If you should see me and I walk on by, oh, darling, please don’t cry”). La mancha de la mentira condena a las sombras un amor sincero. La canción fue interpretada en origen, de forma inolvidable, por James Carr, pero voy a quedarme con la versión más eléctrica y no menos estremecedora de Gram Parsons y sus Flying Burrito Brothers.
Entrada, de nuevo, cortesía de Álvaro Quintana.
Deja un comentario