Otra vez llegaba tarde. Antes de arrancar el coche escribió: «¡Saliendo!». Estaba nerviosa y sabía que era porque iba a conocerle. En la puerta del Café, justo antes de entrar, reunió toda la sensatez que le quedaba dentro, con la esperanza de así disimular su inquietud. Fue en vano: (re)conocerle la alborotó por dentro. Asustada, supo que le iba a gustar demasiado y se dijo que tenía que alejarse de él. Lo consiguió durante un tiempo: el necesario para no arriesgarse a echar a perder un recuerdo.
Así fue
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