Coger el coche un jueves 29 de octubre a las 12:28h. Desaparecer durante diez días. Que nadie sepa dónde estoy.
Conectar desconectando. Conectar conmigo desconectando de los demás. Los demás, esos demás: a veces qué demás son y están. Darme un tiempo, permitirme pensar, sentir. Ser mi propia compañera de viaje. Esta carrera de la vida debería tener una asignatura obligatoria que se llamase «Desaparecer». Desaparecer de la vida de los demás. Y que la vida de los demás desapareciese de la nuestra.
Beber. Vino, cerveza, whisky o jägermeister. Ginebra con tónica no, por favor. Llevar una petaca en el bolso. De vez en cuando darle un trago largo, amargo, buscando un veneno con la esperanza de que mate todo lo malo que tengo dentro. La parte oscura.
Fumar. Tabaco de liar. Claro que para eso debería aprender a liar cigarros. Lo intentaría durante esos diez días. Para momentos de desesperación, una cajetilla de Marlboro Light en la guantera del coche y un par de mecheros. Fumar para pensar. Y para calmar los nervios. O para dejar de pensar y ponerme más nerviosa.
Conducir sin rumbo. No saber dónde quiero ir. Dejarme llevar confiando siempre en que lo que venga me parecerá bien. Que todo me parezca bien siempre. Sentir la adrenalina de conducir con el depósito en reserva como manera de darle emoción al trayecto.
Dormir. Acostarme y levantarme cuando mi cuerpo y mi mente lo pida, no cuando un reloj lo indique. Acabar durmiendo en casas extrañas habitadas por personas amables que, al abrirte la puerta, solo con mirarte, comprenden que necesitas un refugio, aunque sea temporal. Que te acojan durante una noche, sentir un calor extraño como propio. Que te despierten sin despertarte, te preparen el desayuno y se despidan de ti con una sonrisa que te ayude a seguir adelante.
Reír. Reír mucho. Muchísimo. Hacer realidad mis fantasías. Sentirme como Scarlett Johansson en la barra del New York Bar del hotel Park Hyatt de Tokyo, cuando se encuentra con Bill Murray. Reír sin miedo a sentirme juzgada.
Llorar. Ah, sí, llorar. Llorar de rabia. Llorar de enfado. Llorar de risa también. Llorar de tristeza, de melancolía. Llorar como manera de expulsar mis demonios, retorciéndome mientras lo hago. Llorar es lo único que consigue hacer que me vacíe, aunque sea solo durante el tiempo que lo hago. No tengo otra cosa en la cabeza en ese momento. Cuando lloro, solo pienso en llorar y llorar mucho.
Follar si me apetece. Amar con cuidado.
Echarme una manta sobre los hombros. Sentir frío mientras estoy sentada fuera, hablándome a mí misma.
Regresar a la vida de los demás. Como si nada hubiese pasado.
Sabiendo que tengo mucho que callar. O mucho que hablar.
David Lynch dirigiría un corto onírico genial con esta historia, con esta fantasía. Me encanta.
Gracias, Ártico. Es mucho decir… pero me gusta.
Te echaba de menos.
Fantástica idea la de escapar, desaparecer sin más pera regresar más sabia.
Esa es la moraleja, sí. Un beso grande.
Tus palabras son los pensamientos que comparten muchas personas. Pensamientos que muchas veces no llegan a verbalizarse y muchas otras ni a vivirse. Triste. Gracias
Gracias a ti por dejar tu reflexión aquí. :***