Según el calendario, mañana empieza el mes de diciembre. A medida que me he ido haciendo mayor he podido observar que aumenta el número de personas a mi alrededor a las que no les gusta este mes: «¡ay, ojalá que mañana me despertara y ya fuera 8 de enero!».
A mí diciembre me gusta. Es el mes con la excusa perfecta para hacer planes, salir, reencontrarte con viejos amigos. Y tengo la suerte de viajar a París todos los años, porque pasamos la Navidad allí con la familia de Philippe. Me gusta ver cómo mis hijos se reencuentran con sus primos. Y pasear por Le Marais, bajar a comprar pains au chocolat y croissants, mirar escaparates, observar a los parisinos y sus costumbres… Que conste que ahora lo llevo mejor, pero al principio que no tenía ni idea de hablar francés ni tampoco lo entendía, me sentía una azafata del telecupón, de tanto que sonreía para todo.
Da la impresión de que estas fiestas consiguen todo lo contrario a lo que se proponen: deprimir y estresar al personal hasta límites insospechados. Creo que es cuestión de enfoque, yo no siento que sea obligatorio ser feliz estos días. Si no te apetece serlo no lo seas. Si no juegas a la lotería nunca te tocará. Y si juegas y no te toca, al menos tuviste cierta esperanza durante un tiempo (¡una vez me tocó!). Si no quieres ir a la comida de tu empresa no creo que sea obligatorio que lo hagas (incluso puedes ir en plan antisistema, ejem, ejem). Si no te gustan los polvorones no tienes por qué comerlos. A mí no me gustan las uvas y el 31 de diciembre las sustituyo por 12 pequeñitos trozos de turrón de chocolate (soy una golosa). Si no quieres dejarte la paga extra en regalos no tienes por qué hacerlo (qué majo es el que inventó lo del amigo invisible). Y tampoco creo que haya que ser un hipócrita y desearle a todo el mundo felices fiestas (ufffff…..)
Las comilonas, los parientes indeseables, las cancioncillas que machaconamente repite la megafonía por doquier… Todo forma parte de diciembre y sus fiestas, es inevitable. Pero no dejes que te estropeen el mes, anda.
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