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El independentismo y el fútbol

16/02/2016 - Mis historias

Escucho por enésima vez en la radio (qué haría yo sin la radio) que el programa de gobierno que Podemos propone a Pdr Snchz incluye el referéndum en Cataluña y «otras naciones» para posicionarse sobre el independentismo como punto imprescindible para negociar. A continuación escucho a los tertulianos de turno elucubrar sobre lo que supondría para el PSOE aceptar una exigencia de ese tipo, dado que en su Comité Federal la calificaron como una línea roja que no puede traspasarse. En resumidas cuentas —como diría mi madre— el líder socialista no puede llegar a ningún fin en su negociación mientras Pablo Iglesias mantenga esta propuesta.

El programa de Podemos señala que «La pregunta de este referéndum debe ser única y clara, y tener como objetivo fijar la posición de la ciudadanía catalana sobre el futuro político de Cataluña». Cuando lo leo me pregunto qué tiene de malo conocer qué piensan los catalanes. Claro que me gustaría saber también qué piensan el resto de los españoles sobre el independentismo catalán: igual nos llevaríamos una sorpresa.

Los hay que se llevan las manos a la cabeza: «¡pero cómo vamos a romper la unidad de España!». Hay otros que directamente dicen: «pues que se vayan, pero después que no vengan llorando cuando vean que no pueden vivir sin Madrid». Y luego están los que, como yo, creen que esto ya no tiene solución. Igual que no tiene solución lo de que Pdr y Pablo lleguen a un acuerdo. Por cierto, cada vez que leo sus nombres juntos no puedo evitar acordarme de Betty Mármol, de Los Picapiedra, diciendo «cuchi cuchiiiii».

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Es solo una cuestión de sentimientos ser nacionalista? Poco importa cuál sea la respuesta a estas preguntas: estamos donde estamos. Lo inteligente sería tratar de encontrar una solución. Yo, que soy una firme defensora de lo sensato que es ser práctico, creo que a estas alturas ya no queda otra que abordar la cuestión de verdad, sin dobleces y aceptando las posibles consecuencias que se deriven de una consulta de ese tipo. En realidad la pregunta que hay que formularse es otra: ¿sirve de algo continuar así?

Pienso en ese futbolista estrella que se enfurruña y se siente triste, y aprovecha los micrófonos de la zona mixta (tengo un hijo al que le apasiona el fútbol, sí) para contarle a los periodistas que no entiende por qué los señores que van al campo todos los domingos le abuchean.

También aprovecha para insinuar que hay otros equipos que le quieren. ¿Cómo suele reaccionar el presidente de su club? Intenta retenerle a toda costa. Aunque eso suponga penalizar a los compañeros del futbolista necesitado de cariño. Nunca entendí que para hacer feliz a una persona haya que subirle el sueldo.

El caso es que en esas se afanan desde los despachos, negocian, comprueban hasta dónde pueden llegar. Lo que sea con tal de que no se vaya. Resultado: no sé cuántos millones más de euros en la ficha del jugador. Y ya veremos cómo hacemos cuando vengan los demás pidiendo «amor». Cuánta irresponsabilidad.

Al final va a ser verdad eso de que ser nacionalista es una cuestión de sentimientos. Algo así como ser del Atleti, por continuar con el símil.

Cataluña (o una parte de su ciudadanía) parece estar triste. No siente que Madrid (o una parte de su ciudadanía) les aprecie. Quiere irse. Para evitarlo se han hecho concesiones que han penalizado a los demás ciudadanos españoles. Se han marcado diferencias. Y al final, ¿qué es lo que ha sucedido? Que sigue queriéndose marchar. Como el futbolista que después de haber aumentado su ficha acaba jugando en el Manchester City de Pep Guardiola.

Seamos prácticos. Aunque no sirva para nada.

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16/02/2016 - Mis historias

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