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Ganas de perderse

31/12/2015 - Mis historias

La primera vez que me perdí en una ciudad tenía 16 años. Todas las clases de 3º BUP fuimos de viaje de fin de curso a Grecia. Por aquella época yo era la típica adolescente desgraciada, que no tenía novio, sacaba sobresalientes y estaba gorda —las gafas me las he puesto hace unos meses, eh—. Sí, de telefilme americano para dormir bien la siesta un sábado.

Acabábamos de llegar, estábamos en Atenas. Sumida en mi desgracia adolescéntica, y cansada de escuchar las risas de los que me rodeaban, decidí regresar al hotel. Solo tenía un mapa de esos que cuando se despliegan son inmanejables. Y un sentido de la orientación entrenado en Madrid por el gusto de observar las calles cuando iba en autobús, basado en una máxima parental: «tú cuando te pierdas piensa siempre dónde está la Puerta del Sol». Muy bien, papá, ¿y si me pierdo en Atenas? ¿Tomo como referencia el Partenón?

Sentí el vértigo de no saber dónde me encontraba. De no saber si desandar el camino andado o seguir adelante. La incertidumbre de desconocer si llegaría a mi destino. Un poco de miedo, incluso. ¿Qué hago si no encuentro el hotel? No había (o yo no tenía) teléfono móvil para poder llamar a alguien y pedir ayuda.

Debí de cogerle gusto en el fondo a eso de perderse, porque desde entonces lo hago cada vez que puedo. Cambio trayectos habituales para sentir la emoción de encontrarme, y de paso descubrir nuevos rincones, personas, costumbres.

Le cuento todo esto a un amigo y me replica señalando que no debe resultar tan emocionante seguir perdiéndose a estas alturas de la vida, cuando se supone que uno ya ha debido perderse y encontrarse unas cuantas veces. Que uno ya se debe conocer. Y sí, en parte es así. Pero siempre se aprende algo nuevo. Perderse o tener ganas de desaparecer es también una oportunidad para volver a encontrarse, reconocerse, superar ciertos miedos, visitar antiguos fantasmas, superarse. Es refrescante y sano.

—Es volver a ser un niño— respondo.

—Ya, sí. Creo que todos los adultos añoran perderse de vez en cuando— termina diciendo él.

Hay personas que no creen que arriesgarse sea la mejor manera de ir por la vida. No entienden que me guste perderme. Opinan que puedo pecar de insensata a veces. Yo no lo veo así. En cualquier caso, no me imagino siendo de otro modo.

A ver cuántas veces consigo perderme —y encontrarme— el próximo año.

Feliz 2016, queridos.

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31/12/2015 - Mis historias

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