Laure Valadier y yo tenemos una cosa en común, al menos: ambas llevamos en el bolso una libreta Moleskine roja. Ella la emplea para anotar al azar sus pensamientos, completando así listas de «me gusta» y «me da miedo». Yo la utilizo como agenda.
Laure es la protagonista femenina de una novela cuyo título no podía ser otro que el de La mujer de la libreta roja, Antoine Laurain (2016, Ediciones Salamandra). Una noche, cuando regresaba a casa, le robaron el bolso. Por azar, el protagonista masculino, Laurent, lo encuentra abandonado, con la libreta en su interior. Como le gusta decir a mi preciosa amiga Isabel, que fue la persona que me recomendó el libro, Laurent se vio envuelto: envuelto en una historia que hizo que sintiera que tenía que encontrar a Laure.
Me pregunto qué pasaría si alguien encontrara mis agendas. Como hace Laure, también las guardo todas. Finaliza el año y pasan del bolso a la caja en la que descansan las anteriores. Bienvenida, me gusta imaginar que le dicen, agradecidas por ser una más y así continuar el proceso de completar la historia, mi historia. Porque sí, aunque yo las emplee como agenda, y mis «me gusta» y mis «me da miedo» no sean tan evidentes, están ahí. Junto con las citas médicas, los entrenamientos, las reuniones, las tutorías de los chicos, mis ideas para escribir, los viajes y las tareas pendientes. Yo misma me sorprendo al releer mis notas, al encontrar cosas o personas que me gustaron y/o me dieron miedo. A veces peliculeo con la posibilidad de que, una vez muerta, alguien de mi entorno rescate todas esas libretas rojas y sea capaz de construir mi historia.
«Me da miedo que eso suceda», escribiría ahora si fuese Laure. Ella sentía el mismo temor y hubo un hombre que espulgó su libreta, de modo que pudo conocer sus miedos y saber qué le gustaba. Un hombre al que nunca había visto. «Otros hombres habían tenido acceso a su cuerpo, pero jamás habían abierto la puerta de su alma. No porque no lo desearan: era Laure quien se negaba a entregarse. No lo lograba», cuenta el libro.
El azar, de nuevo el azar, quiso que una persona lograra encontrar una fisura por la que penetrar a la realidad de Laure.
El azar, las pequeñas contingencias de la vida, los imprevistos. No importa tanto el término como la escasa conciencia de que también forma parte de nuestra existencia. Como dice Eugenio Montale en su poema Antes del viaje:
Y ahora, ¿qué será
de mi viaje?
Demasiado cuidadosamente lo he estudiado,
sin saber nada de él. Un imprevisto
es la única esperanza. Pero me dicen
que es una estupidez decírselo.
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