Hace unas semanas fui a pasar la mañana del domingo al hipódromo con un grupo de amigos. No habían pasado un par de horas cuando uno de ellos dijo: Seguro que Bruno cuando duerme tampoco puede dejar de sonreír, ¿verdad?
Asentí mientras yo también sonreía, porque sí, es cierto, si por algo se caracteriza mi hijo pequeño es porque lleva la sonrisa puesta de serie.
Hay sonrisas de todo tipo, por eso cuando nos encontramos con una que se ofrece de manera generosa es inevitable no reparar en ella. La de Bruno es así, una sonrisa espontánea que ilumina todo lo que se encuentra a su paso. Con ella sabe expresar amor, alegría, pudor o burla.
No se me ocurre un sinónimo mejor de la alegría que Bruno. Para él no hay lugar a la tristeza, por eso cuando la siente deja caer esos lagrimones tan grandes y pesados. Llora igual que sonríe, intensamente.
Bruno, mi pequeño guerrero, el que llegó a la vida haciendo ruido y no ha dejado de hacerlo desde entonces.
Bruno, la sonrisa de mi casa.
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