A Teresa le cuentan cosas. Le sorprende la facilidad con que los demás hablan, sobre todo cuando se les formula preguntas que no esperan. Qué buscará esta chica, piensan desconfiados, sin reparar en que lo único que la dirige hacia ellos es la curiosidad. A Teresa le gusta conocer gente.
La conversación fluye con facilidad si encuentra La Pregunta. Todo consiste en observar con despreocupada atención a la otra persona y encontrar su rareza, ser una blade runner de lo cotidiano. Quiero conocer a Martín, deseó Teresa cuando una mañana en el ascensor, subiendo a la oficina, se cruzó con él y con su rareza: un paraguas de caballero cuya empuñadura estaba customizada con tachuelas.
Teresa aguardó a que tuviese lugar la situación adecuada para lanzar la pregunta oportuna. Sucedió en el comedor. Él estaba calentando un tupper con lentejas caseras mientras ella parloteaba en la mesa común junto a otros compañeros de oficina. Cuando Martín se unió a ellos, Teresa se interrumpió a sí misma y le preguntó: «¿Las has cocinado tú?».
Esa fue la primera pregunta de las muchas que vinieron después. Se fueron acercando poco a poco gracias a ellas. Teresa tomaba la iniciativa y Martín mantenía el tipo como podía, sin ocultar detrás de su timidez y su prudencia que se estaba divirtiendo mucho con esos interrogatorios. De vez en cuando devolvía el golpe y era él el que preguntaba, algo que a Teresa le desconcertaba y que Martín disfrutaba con intensidad.
«¿Quieres que comamos juntos hoy?», preguntaba el asunto de aquel email que Martín envió a Teresa. Ella tuvo que sacudirse el desconcierto que la frase le provocó acudiendo a la razón, eliminando cualquier intención oculta. Cuando lo logró, contestó «Sí» y añadió fecha, hora y lugar de la convocatoria.
Fueron a un restaurante de comida asiática. Ella no sabía comer con palillos y él sonrió al descubrirlo. Conversaron sin tener que hacerse preguntas. Se rieron mucho. Pidieron la cuenta y regresaron a la oficina. Ella se llevó los palillos como recuerdo y los guardó en la taza de los rotuladores.
A partir de ese momento las cosas cambiaron. Se terminaron las preguntas y con ellas la infantil y despreocupada espontaneidad de los principios de su relación. Se observaban más que se hablaban, estaban ahí, sentían su presencia mutua. Así pasaron las semanas, los meses. Teresa conoció a un chico y empezó a salir con él. Martín no daba muchas pistas sobre su estado sentimental.
«Dejo la empresa. Me marcho fuera de España». El mismo proceder y el mismo desconcierto. Pregúntame, imaginó Teresa que seguía diciendo el correo. Le dio al botón de Responder: «¿Quieres que comamos juntos hoy?».
Regresaron al asiático. Él le explicó que necesitaba un cambio de aires y que le había llegado en forma de propuesta laboral de una empresa del sector para un puesto en Alemania. Ella, que seguía sin saber utilizar los palillos, le contó que el chico con el que salía le había sugerido vivir juntos. Teresa sintió cómo se peleaba con una pregunta que golpeaba en su cabeza una y otra vez, buscando la salida. Martín habló más que en otras ocasiones, parecía estar dándole tiempo a ella para que reuniese el valor suficiente y se la hiciera. Pero ella no se atrevió: sabía que Martín respondería.
Y por una vez Teresa no quiso que le contaran ninguna cosa.
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