No me contabas nada. Tardé en darme cuenta porque yo no callaba. Era tan ruidosa que no supe descubrir que, bajo la apariencia de estar prestándome atención, en realidad disimulabas una enorme falta de interés. Como yo no callaba, tú te relajaste. Diste por sentado que me habías conquistado y no te fijaste en que mis peroratas guardaban matices, señales que indicaban el camino para que no te perdieras. Con el tiempo agradecí aquel fin de semana en el que el silencio se vino de viaje con nosotros: «Nadie sabe por qué hasta después».
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