Y así más fuerte poder cantar, anhelaba Roberto Carlos.
Hace tiempo que me sorprende la facilidad que tienen algunas personas para auto etiquetarse como amigos. Una, que es de natural sociable y por eso ha conocido a unas cuantas, se plantea por qué lo hacen, sobre todo si después no se van a comportar como tales.
Reflexionando acerca de esto recordé un libro de Manuel García Morente, Ensayo sobre la vida privada. En él el autor, entre otras cosas, se plantea la siguiente pregunta: ¿Qué es conocerse? Como él escribe, «saber lo que es una persona» y «saber quién es una persona» no significan lo mismo. Uno puede saber el nombre de una persona, dónde reside y cuál es su profesión y, en cambio, desconocer cuál es su carácter, sus costumbres o sus preferencias. «Sé quién es, pero no le conozco», decimos de alguien cuando todavía ostenta la categoría de conocido.
Según García Morente, la amistad requiere de tres requisitos para ser calificada como tal: confianza (escribí sobre ella aquí), respeto y reciprocidad. Me interesa su reflexión sobre los dos últimos.
La amistad exige reciprocidad. El conocerse no es una relación cognoscitiva, sino intuitiva. La única forma de llegar a la intimidad de una persona es a través del mutuo trato: «pasar de la vida pública a la vida privada». Dos personas llegan a conocerse como resultado de ese trato directo. Cuando conocemos a alguien, sea de la manera que sea, tiene que sobrevenir una selección para que empiece a haber vida privada. Es obvio que en este momento inicial existe un elemento estimativo, una preferencia. Aquí juegan libremente las atracciones y repulsiones espontáneas, las afinidades electivas.
El respeto no debe confundirse con la cortesía. Para el autor, el tránsito de la vida pública a la privada es peligroso, por eso tenemos a nuestra disposición cierto número de convenciones sociales que funcionan como una válvula de seguridad, de tal modo que, por un lado, encubren la persona, eludiendo el trato, y por otro, facilitan la progresiva compenetración. Cuanto más se va afianzado la relación privada, menos necesarias son ya esas fórmulas de cautela y reserva. El amigo, el que ya ha llegado al conocimiento mutuo más profundo, no necesita de tales ritos corteses. La práctica de alguno de ellos demostraría más bien cierto deseo de contención, que retraería la relación privada a una fase anterior de menos confianza.
Conforme a la teoría de García Morente, son frecuentes las falsas entradas en la intimidad durante la fase de tanteo. Además, el acceso a la relación privada no es nunca definitivo: por muy dentro que se haya penetrado en la convivencia privada, siempre es posible la expulsión, la ruptura de relaciones y la vuelta de las dos partes a la vida y relación meramente públicas.
En esto consiste «conocerse»: escoger a una persona y relacionarse con ella, tratarla y respetarla. Son pocos los que después de este proceso llegan a ocupar nuestra minúscula y auténtica intimidad.
Así que a esos que desean tener un millón de amigos, les digo: me conformo con cantar.
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