Get Out es una película en la que pronto descubres que las cosas no son como parecen. Tan pronto como, apenas unas horas después de que Rose y Chris lleguen a casa de los padres de ella, observas que los anfitriones se comportan de una manera inquietante al acoger al novio negro de su hija blanca.
Ni Chris ni Rose son mis personajes favoritos de la película. Mi preferido es Rod, el amigo de Chris, ese tipo de amigo que cuando ve que te estás metiendo en líos, te dice: esto huele un poco raro. Como explica el actor que lo interpreta, su personaje es la voz del público, una visión de lo que diría alguien que está viendo la película al formar parte de ella. Rod representa la intuición.
Ay, la intuición. Siempre me ha llamado la atención la forma en la que la intuición rige la vida de las personas. Yo misma mantengo una pelea constante entre lo que intuyo y lo que pienso, como si intuir fuese incompatible con reflexionar.
Por eso me gustó lo que Jorge Mínguez escribe en el artículo que publica en el número 252 de la revista Claves de Razón Práctica. En él comparte un análisis muy interesante, a mi juicio, sobre el libro de Juan Antonio Rivera Camelia y la filosofía. Al desarrollar lo que denomina «La paradoja de la reflexión», expone lo siguiente (perdón por la extensión de la cita, pero es imposible que yo lo exprese mejor):
«El pensamiento reflexivo no es una aplicación mecánica y perfectamente controlada de reglas que pintan los intelectualistas. Al contrario, incluye un momento creativo, inconsciente e intuitivo. Es esa intuición la que, en última instancia, nos permite comprender lo que pensamos, distinguir lo relevante de lo superfluo y generar nuevas ideas. La reflexión no sólo comparte con la intuición las tareas de formación de creencias y toma de decisiones, sino que opera en indisoluble continuidad con ella. Eso ni nos hace menos reflexivos ni hace la reflexión algo menos deseable. Presentar este elemento intuitivo como un límite del pensamiento reflexivo implica ignorar que la reflexión es también intuición, y no de modo lateral y a desgana, sino esencialmente».
Continúa afirmando que, en algunas ocasiones, lo racional es examinar con atención toda la información que podamos conseguir sobre el problema al que nos enfrentamos; «otras, las más, lo racional es no hacer nada de eso, y limitarnos a hacer o pensar cosas de las que nadie sabe por qué son así, pero a las que no encontramos contraindicaciones serias».
Eso le pasó a Rod: no sabía qué estaba pasando, pero no encontró una conclusión mejor tras analizar los datos. Se fió de si mismo, como me dijeron a mí hace tiempo: «Fíate de ti. Que además tienes esa sensibilidad».
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