Una sobremesa de domingo en casa, llegado el momento de esas conversaciones triviales que se mantienen cuando ya está todo dicho, mi cuñada echó un vistazo a la mesa de mi escritorio y me preguntó si había leído todos los libros que apilaba sobre ella. Sonreí sabiendo la que se me venía encima antes de responder.
Aquellos que compartan conmigo la doble afición de comprar libros y leerlos (o no) entenderán el apuro que se siente al tener que responder una pregunta así. Justificar que parte de tu sueldo se destine mensualmente a la compra de libros, a veces, no está bien visto. Hay una palabra japonesa que define esto de comprar un libro, no leerlo y dejarlo apilado sobre otros libros no leídos: tsundoku. Como dice el libro Lost in translation, la escala del tsundoku puede oscilar entre un solo libro no leído y una verdadera pila, así que lo más probable es que no estés libre de culpa si eres de los míos.
—¿Eres capaz de no leer un libro si no te gusta, de dejarlo sin más? —quiso saber—. Yo no puedo hacerlo.
—Claro… No entiendo qué sentido tiene hacer algo que no te gusta —repliqué.
—¿Y si por no terminarlo no descubre que el libro te gusta? —planteó ella.
—Antes de abandonarlo echo un vistazo al final, para ver si merece la pena que continúe o no.
Abrió los ojos como si al escucharme se hubiese dado cuenta de que, además de su cuñada, soy una asesina en serie, y le pregunté si hacía lo mismo con una canción o con una película. Resultó que, en esos casos, no resultaba tan dramático para ella abandonar.
Pero un libro, ¡un libro es otra cosa! El mero hecho de adquirirlo parece simbolizar una ceremonia en virtud de la cual adquirimos un compromiso con su historia. Solo le falta a la relación que el librero (o, en su defecto, la pasarela de pago correspondiente), en su papel de oficiante, nos diga hasta que el final de la lectura les separe para salir con él bajo el brazo, acariciándole, sintiendo que le desmereceríamos si no leyésemos hasta la última palabra. El libro y el lector se comprometen con la intención de respetarse mutuamente, mientras merezca la pena.
Tiene que ser aquí se está convirtiendo en un buen amigo. A contraluz y yo seremos pareja toda la vida. La espuma de los días no termina de caerme bien, pero aún no lo he llevado a la estantería. A La importancia de no entenderlo todo le adelantó Sacando consecuencias. Una chica en invierno fue un flechazo. El de Introducción a la filosofía moral lo estoy leyendo a saltos. Y La evolución del deseo ha llamado a la puerta hace unos días, a ver. Los demás (Middlesex, La tierra que pisamos, Orígenes, De la ligereza, Hombres en tiempos de oscuridad…) esperan su turno, temerosos de que la competencia aumente.
Estado civil: leyendo (o no).
Deja un comentario