Una vez fui tesorera. Sucedió en la fiesta que todos los grupos de 3º BUP organizábamos para recaudar fondos y así sufragar parte del coste del viaje de fin de curso, que en aquella ocasión tuvo como destino Grecia. Cómo llegué a serlo tienen fácil explicación: los cuatro tutores del curso reunieron a todos los alumnos implicados en el salón de actos del instituto y el profe de Latín preguntó quién quería encargarse de las finanzas del evento. Levanté la mano lo más rápido que pude y nadie pareció sorprenderse de que lo hiciera, creo que en realidad incluso lo esperaban. «Hombre, Sayago, cómo no». Me sentí halagada por esa confianza anticipada, aunque también ligeramente defraudada por no haber sorprendido a nadie. La fiesta se desarrolló sin incidentes, al menos a nivel económico. Fui muy feliz instalada en uno de los despachos de tutorías con la recaudación bien protegida en una caja de esas con llave y mi libreta de recibís a un lado: «Ve a por hielo, que se está terminando. Y que te den un recibo. ¡Revisa bien las vueltas!» Creo que la borrachera de entusiasmo y jerarquía que sentí aquella noche fue la responsable de que me atreviese a pedir que dedicaran una canción al chico que me gustaba, ya sabéis, la típica historia de amor imposible entre la empollona de la clase y el deportista guaperas. Pero eso ya os lo cuento en otra ocasión.
Una vez fui tesorera
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